Camino por mi imaginario mundo exquisitamente ambientado, la exacta alquimia de medioevo onírico, quimera y esencias sin parentesco con los burdos olores medievales.
La tenue princesa, acompaña mis pasos, tan evanescente ella que no puede sentir el frío de mis labios marchitos por su ausencia.
Y helados, por todo lo que siempre quisieron decir y jamás pudieron emitir.
Cobardía… pienso, pero sacudo ese fantasma con un grito ahogado.
No, no ha de ser, soy un valiente caballero, pero veo, siento intuyo, que fue miedo, tonto y rudimentario miedo…
Nunca un sentimiento puede herir tanto el alma del caballero, como el miedo.
Más puedo dar fe, y juro a los paganos duendes de este bosque, que jamás antes lo he sentido.
Sin embargo, rehúsa retroceder, como un dragón enfurecido protegiendo sus vástagos. Me obliga a analizarlo.
Y pienso…
Pienso como el alma que si, tal vez, ese miedo se ha corporizado.
Intuyo donde y lo veo en la morada de su corazón, mas quizá, no le pertenece, lo miro atrevido más de cerca y veo.
Veo que es mi miedo reflejado en ese corazón…
Algo se acerca, me pongo alerta, como guerrero, distingo el galope del caballo enemigo.
Me pongo inquieto, y espero, mas nunca llega.
Sigue ahí, y caigo en cuenta que ahí es donde mora, es mi corazón desbocado, que viene a tomar en sus manos ese miedo mal atribuido.
Y una epifanía me permite comprender, que ese miedo, reflejado en tan dulce corazón, pertenece al mío.
Ingiero unas plantas, que vi usar tantas veces a esas hechiceras que buscan verdades mas allá de la comprensión.
Vomité mi propia culpa y en ese estado entre la gloria y la agonía, descubrí mis miedos…
¿Y si no soy realmente bonito?
¿Y si no soy yo, ese impecable caballero?
¿Y si los años de batallas, me llevaron a perder el juicio?
¿Y si la evanescente dama de mis sueños, es solo eso para mi, pero hermosamente tangible para algún caballero verdaderamente bonito?
¿Y si la falta de juicio ha marcado su hora en mi vida, y me ha despojado del único honor que poseo, que es ser un guerrero caballero?
La droga agudiza sus efectos, y con ella, el dolor de una lucidez fuera de este plano.
Resisto, lucho contra los fantasmas y pienso…
¿Será acaso miedo a lastimar el corazón amado?
Me aferro como un náufrago al tiburón que lo mata, solo por el placer de flotar un instante más en este pensamiento… Pero trata de evadirme, con feroces dentelladas, que me hacen intuir, que a pesar de haber sido bonito, a pesar que tantas princesas soltaron ese nombre de sus labios, un guerrero, siempre tiene presente la efímera entidad de las cosas en este mundo.
Caigo en espiral en un oscuro lago, aferrado a retazos de una vida otrora plena, que se deshacen como papel en el agua… Y me hundo…
Cuando ya no resisto, recupero mis sueños, sueños de soledades compartidas, de amores esperados, de compromisos livianos y sentimientos pesados.
De caricias interminables besos fundidos, amaneceres amalgamados, noches de calderos.
Destinos de climas soñados para dar rienda suelta a tanto fuego.
Estoy muriendo, tal vez del modo que algunos definen como el mismo nacimiento.
Al agua la oigo tibia, al entorno lo saboreo suave, a la belleza irreal de este lugar la huelo fragante, a mi ceguera, la veo brillante y el tacto… el tacto de ese amor, suave, suave como el nonato a punto de nacer.
Respiro el agua, pero ya no importa, porque la sé imaginaria y asciendo…
La superficie del lago me recibe esplendorosa, con su negrísimo cielo tachonado de increadas estrellas, en el cuadro mas bello jamás creado, enmarcado en añosos árboles, de ese extraño plateado que solo la luna de los enamorados puede crear.
Floto displicente hacia la orilla, feliz, en paz y decidido a enfrentar mi destino como guerrero digno y caballero cabal.
He tomado la lacerante decisión, más ya no quema como hiero salido del caldero en la mano del torturado.
Es a cara o cruz, como siempre fue, como en tantas batallas, aunque el miedo de las últimas casi me haya paralizado.
Camino a los aposentos del palacio, tomo la pluma, la tinta roja, que en tan pocas ocasiones usé en la vida y escribo…
Las horas se consumen mucho más lentamente que el petróleo de las lámparas, pero satisfecho, logro terminarla después de un denodado esfuerzo.
Temeroso aún, la leo y releo mil veces antes de montar mi corcel, ese que intuyo ella ama.
Me asalta la duda acerca de mi propia mortalidad y temo perderme en el camino, por lo tanto, decido hacer una copia, por el peregrino pensamiento, que si no llega a destino, por algún mágico artilugio, la evanescente princesa la encuentre y sepa la verdad.
Se que es improbable, pero pienso que mi propia vida es improbable, por lo tanto, la dejo en esa ancestral mesa de roble, pensando cuantas nuevas generaciones vio pasar este noble árbol y conmovido por su nobleza, lo nombro custodio de la copia.
Si la magia no se produce, sabrá a quien dársela para que futuras generaciones, conozcan esta historia.
Iba a partir, cuando volví sobre mis pasos, pensando que ese noble árbol que trabajó toda su larga vida para dar sin esperar, esas hermosas maderas, quizá no sabría leer.
Venciendo mi sentimiento de ridiculez, ayudado por mi soledad mas absoluta, leí para esos maderos, ahora mis mas caros amigos, la carta a la amada.
Busqué mi más bella voz y perfecta dicción y solemnemente leí para ella…
Amada mía: Bonito… ¿Soy yo?
La antiquísima mesa, crujió de placer, y tomándolo como un buen augurio, monté mi noble corcel y partí a mi última batalla.
No había nada que temer.
Había solo dos resultados posibles, uno, la Gloria, el otro, el Oprobio…
El caballero de las sombras.
