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Mar de Ajó, Buenos Aires, Argentina
Sé todo lo que sé, más no importa, voy por lo que aún no sé. Si querés saber quien soy, sin dudas, leé Ciruja Cósmico en el blog...

lunes, 27 de septiembre de 2010

Ocol, Solo Ocol...

Ocol. Solo Ocol

El hombre, caminaba despreocupado por los senderos que conectaban caprichosamente un enorme ramillete de pequeños pueblos.
Estos senderos, eran tan poco transitados, tan alejados de los caminos tradicionales, que muy pocos, se atrevían a recorrerlos.
Algunos, los evitaban porque no encontraban sentido a las dificultades que planteaba tan escabroso recorrido.
Otros, en cambio veían como una pérdida de tiempo, aventurarse en ellos.
Sin embargo, para la mayoría de los habitantes de la comarca, eran absolutamente desconocidos, aunque algunos de ellos, que habían sido anoticiados alguna vez en su vida de la existencia de estos hermosos senderos, habían sepultado ese saber en los abismos de la memoria, casi en el lugar mismo donde desfallecen los recuerdos.
Pero este peregrino permanente, gozaba en recorrerlos de una manera tan despreocupada, que prácticamente se transformaba en parte del paisaje, casi como si se desmaterializara en él.
Para un ocasional y desatento viajante, la existencia de este extraño hombre, bien podría ser negada.
Sin embargo, todos en la comarca, conocían a Ocol, que de tanto en cuanto, pasaba cortas estadías en esas aldeas.
Cada llegada, era vivida con ansiedad y rara algarabía en esos parajes, pues ese raro arte de vivir como parte del paisaje en territorios rara vez explorados, por contraste, lo hacían llamativamente visible en estos apacibles lugares.
Era como una extraña disonancia en una armoniosa melodía, notoria mas no desatinada, dado que se convertía en el punto de atención de una rutinaria composición, transformando los cortos períodos de visita, en un compás con algún incómodo brillo, en la vida de estos lugares.
Ocol, era un caminante obsesivo, y desconcertante.
En muchas ocasiones, había transitado esos valles y cumbres, arroyos y cascadas, sin descanso, como en frenética búsqueda durante larguísimas jornadas, jalonadas en días agotadores y noches demoledoras, hilvanados por climas livianos y benignos, así como densos, desapacibles y tormentosos tránsitos.
Luego, y como si de la nada surgiera la imperiosa necesidad de detenerse, lo hacía, permaneciendo largos períodos estático, cristalizado como una de las antiquísimas rocas que lo rodeaban.
Ocol, disfrutaba de ambos períodos, como un niño inconsciente.
La gente, sabía de estos raros procederes de Ocol, pues si bien no transitaban los senderos, prestaban desmedida atención a los relatos de algún peregrino que hubiese cruzado su camino.
Estos relatos, como todo relato, iban impregnándose del protagonismo de los sucesivos relatores, llevando estos acontecimientos, de por sí desconcertantes, al límite de lo humanamente posible.
Esos pequeños aderezos, incorporados en el fragor de presentar una buena narración, casi habían convertido a Ocol, en un ser por demás extraordinario.
Y si bien, era un ser extraordinario, seguía siendo un humano.
Ocol, presentía esto, pero nunca hizo carne en él, de los ajenos decires.
Todo, absolutamente todo en Ocol, remitía a él mismo y él mismo se manifestaba en cada una de sus fibras, de su pensar, de su decir, de su hacer y del entorno donde estuviera.
Cualquier cosa, llevaría para siempre su sello.
Como solo puede pasar con quienes son coherentes hasta la incoherencia.
Eso, le confería un aura de benigno poder.
Tan desconcertantes como su peregrinar, eran sus ideas, expresiones y actitudes.
Diáfanas y crípticas, amables e inhóspitas, liberadoras y comprometedoras, todo al mismo tiempo, mutando lo uno en lo otro, con solo cambiar el enfoque.
Esta mezcla de luces y sombras, convertían todo lo que comprendía su vida en un perfecto y ordenado desorden, o como el prefería sentirlo, un armonioso caos.
Contaban en las aldeas, que en una ocasión, al ser consultado sobre esas incongruencias de su vida, por un hombre sabio, y cuando la expectativa ameritaba alguna de sus explicaciones, solo respondió…
-Vivo como el universo me enseña.-
Cierto día, donde la frescura acariciaba la piel y exaltaba los perfumes, donde la luz bañaba los colores con una textura que los hacía irrepetibles y la atmósfera cristalina se sentía campanillear en los oídos, algo llamó la atención de Ocol, que caminaba absorto, impregnando los archivos de su vida con las sensaciones de ese único día.
Fiel a su estilo, toda su atención se centró en esa figura.
Sentado en un risco, se hallaba un hombre.
Se acercó, como siempre, tratando de asir lo inasible.
Con cada paso, escudriñaba el alma de ese hombre leyendo lo que ese cuerpo y su entorno le querían contar.
Su cabeza, le llamó inmediatamente la atención.
No por su forma, sino por su postura.
Desde que comenzó a mirarlo, estaba inclinada hacia a delante, mirando el fondo del despeñadero, como soportando un peso enorme.
La curva de su espalda se solidarizaba con esa carga.
Los brazos, desaparecían tras el tronco agobiado, permitiendo intuir con certeza, que sus manos se unían sobre su falda en un lazo de plegaria.
Sin embargo, el contraste con su prolijo peinado y la pulcritud de sus vestimentas, le hizo pensar que el agobio era interno.
Se trataba de alguien, que tal vez, sin darse cuenta, no había abandonado la lucha aún.
Se interesó inmediatamente, y mientras se iba acercando, pensó que ese hombre, estaba encerrado en un cuerpo que contaba dos historias diferentes.
Hábil en reconocerse en otros seres, concluyó que esa era la esencia de la carga que lo agobiaba, independientemente de la historia que allí encontrara.
Antes aún de llegar a él, ya podía decir que era un hombre en proceso de despertar a sí mismo.
Si aún no hubiese caído en cuenta, de que su ropaje para encarar la vida le ceñía demasiado, al punto de no poder inhalar, aún conservaría el andar seguro que le brindaba su aparente certeza.
El ruido de las pisadas en la piedra, sorprendió al hombre, que giró para ver quien se acercaba.
Su cara se tiñó de sorpresa al ver la figura de Ocol materializarse desde el paisaje, y apenas pudo reaccionar al breve saludo que le dedicó, mientras se sentaba a su lado.
Con un desconcierto que extrañamente no le producía recelo, vio como Ocol, adoptaba su misma postura, mientras balanceaba sus pies sobre el vacío.
Ocol, parecía no prestarle atención mientras miraba hacia el fondo del barranco.
Su desconcierto, lo suspendió en un instante con sabor a milenio, sin encontrar que decir.
Lindo día, dijo, sin que su cara lo reflejara.
Sí.
Otro silencio interminable se hizo presente.
¿Como se llama?
Ocol.
Soy Jesús, respondió.
¿Lo eres?
Vaya, que extraña respuesta… atinó a decir, mientras una sonrisa quería germinar en su rostro.
No lo es, es una pregunta.
¿Lo dices por Jesús, el mesías?
¡Ja! Pues no, no lo soy…
Lo dije por ti.
Incómodo y desconcertado, preguntó:
¿Que es lo que mira, allí abajo?
No estoy mirando, estoy viendo.
¿No es lo mismo acaso?
No.
¿Qué mirabas tú?
Jesús, estaba cada vez más desconcertado, pensando que tal vez se había topado con alguna clase de anormal, pero sentía más curiosidad que resquemor.
Lo mismo que tú ahora…
No lo creo, me has dicho que mirabas, dime qué…
Poca cosa, solo miraba el fondo del despeñadero mientras pensaba.
¿No es acaso lo mismo que tú ves?
¿Cuál es la diferencia? Insistió.
¿Preguntas por la diferencia?
No creo que quieras escuchar alguna explicación…
Pues sí, de hecho dispongo de todo el tiempo y esto no estaba muy animado hasta que llegó.
Presta atención entonces.
Ver las cosas, es solo eso.
Tomar registro de que en ese lugar, está determinada cosa.
Y hacerla reconocible.
Sí, entiendo eso, pero de que otra manera podría ser si esa imagen es la que veo…
Esa imagen que tú dices, es la que miras.
Solo mirabas el fondo del barranco, poca cosa has dicho.
Ahora mira, empecemos a ver juntos.
Estoy sentado, en un paraje desolado, al borde de un barranco, mi cabeza obliga a mis ojos a mirar hacia abajo mientras pienso.
Pienso que no estoy en un buen momento, pero no atino saber porqué, pues mis cosas, dentro de todo marchan bien.
Sin embargo, no puedo dejar de asociar el barranco con mi estado de ánimo.
Entonces, miro el fondo y pienso que allí me encuentro.
El desasosiego que siento, calza perfectamente con esa imagen y la guardo en mis recuerdos.
¿Me sigues?
Asintió con la cabeza, sorprendido.
Ya he casado la imagen con el sentimiento y se hacen inseparables.
Pienso donde he caído… y ellas, se juran fidelidad.
Acaban de formar una sensación que cobra vida y llevaré por siempre dentro mío como una real vivencia.
¡Pues así me siento!
Me sorprende lo que dices, porque no lo he pensado, pero no explicas la diferencia…
Aún no termino, pero ya que lo mencionas, deberías empezar a verla si ya enumeraste una.
¿Cuál?
Es así, pero, no lo he pensado.
Debo admitir que tiene razón.
Entonces tienes la llave para explicarme la diferencia entre mirar y ver. ¡Úsala!
Es que aún no veo la puerta…
¿Por qué no lo has pensado acaso?
Solo sucedió, no lo sé…
Te lo diré, no has sido consciente durante el proceso de mirar.
No has sentido pasar el aire entre tus pelos, no has sentido esa agradable frescura que envuelve tu cuerpo, ni la diferencia con la fría piedra sobre la que te sientas.
No has escuchado el aleteo del halcón que te sobrevolaba mientras me acercaba.
No has recorrido las irregulares paredes del barranco, ni descubierto el camino del agua que no está, siguiendo los líquenes que delatan su destino.
No podrías decir que piedras lacerarían tu cuerpo si cayeras, ni sabrías que rama o roca podría salvar tu vida si eso pasara.
Pensaste que tu vida estaba en el fondo del precipicio que mirabas, y de caer, hubieses muerto pensando que llegaste al fondo, cuando en realidad, si ves ahora, la sombra que se corre revela la verdadera profundidad del abismo.
Ya es una diferencia, y aún no hemos visto nada.
¡Entiendes ahora que ocurre en tu vida!
Jesús sintió el nudo en la garganta, sin saber bien por qué.
Y el paisaje se ondulaba por la humedad de sus ojos.
Titubeando, contestó -Siento que sí, pero ese pensamiento escapa en círculos de telaraña. No lo puedo ver aún…-
Sin embargo, ya hablas de ver.
Míralo de esta manera, si aprendes a ver las cosas en toda la magnitud que tus sentidos lo permitan, la vida, deja de ser un falso recuerdo y se transforma en un sentir.
Algunos, llaman a esto intuición, otros lo ven como inteligencia, también sabiduría o enorme lucidez.
Hasta algún fanático llama iluminado al que ve.
Y sin embargo, no he nombrado aún a la mayoría, que ni siquiera se dan cuenta que esto pasa.
Jesús, estaba perplejo.
Ahora piensa, cuanto de mirar y no ver hay en tu vida y recuérdame tu nombre.
Tratando de domar los pensamientos que se debocaban, corriendo locamente para no perderles pisada, al fin dijo – Soy Jesús-
¿Lo eres?
Y abrazó a Jesús, quien fue Jesús y lloró en su hombro.

Continuará…
16/05/10

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