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Sé todo lo que sé, más no importa, voy por lo que aún no sé. Si querés saber quien soy, sin dudas, leé Ciruja Cósmico en el blog...

martes, 26 de octubre de 2010

Y al final, el niño me dijo...


de Daniel Gustavo Rodríguez, el El jueves, 22 de julio de 2010 a las 5:15
Por suerte, la vida es un sube y baja, de no ser así, nada pasaría. Es más, ni siquiera tendríamos referencias para disfrutar cuando creemos estar bien.
Sospecho que si te estás buscando en otros planos, es porque ya te encontraste.
A veces, encontrarnos es fácil, lo difícil es saber que hacemos con ello.
Es casi una norma, que si no nos gusta lo que encontramos, lo negamos y seguimos revolviendo hasta que encontremos algo presentable...
Tenemos tantas facetas, somos tantas personas en una, que asumirlo y hacerlo funcional, es el verdadero desafío.
Cuando nos buscamos, encontramos todos esos personajes que no quisiéramos ser, pero somos.
Siempre pongo en duda la pretendida unidad del ser, tal vez porque nunca logré concretarla, sin embargo, estoy más que satisfecho con haber hecho de mis contradicciones, mi fortaleza.
Me nutren, me hacen más rico, me brindan herramientas para poder ser tantas personas como las que necesite comprender.
Cada uno de esos seres, se ponen de manifiesto cuando me acerco a alguien y en mayor o menor medida, me siento reflejado.
Mucho pensé sobre si es correcto este camino, pero cuando analizo las sensaciones y sentimientos más profundos del ser humano, me doy cuenta que funcionan de manera análoga.
Por ejemplo, cuando el arte nos produce algo más profundo que la evaluación lisa y llana de la obra, es porque nos sentimos identificados, reflejados, afines y en algunos particulares casos, nos sentimos mimetizados con el autor. Hasta el punto de reproducir los sentimientos que arrastraba,mientras la realizaba.
Cuando un pensador nos llama la atención y tratamos de aprehender (con h) su esencia, automáticamente intentamos adentrarnos en su piel.
Si tenemos algún referente en deportes, actuación o lo que sea, lo corporizamos para internalizarlo.
Así, con casi todas las cosas profundas, que aspiramos incorporar a nuestro ser.
¿A que viene todo esto?
Viene a cuento, que para actuar estas vivencias, recurrimos a nuestras diferentes personalidades, absolutamente innatas y visiblemente manifiestas en los niños, cuando aún no fueron maceradas en las convenciones de la vida.
Se me podría condenar por pretender que esa supuesta inmadurez, sería impracticable en un adulto.
A lo que respondo, que en realidad, hablando en general, tradicionalmente, se domestican esas facetas de la personalidad, para crear seres funcionales.
Algunos, se adaptan a esta especie de sopor, sublimando todas estas contradicciones, en conflictos más o menos manejables.
Otros tantos, no aciertan entender los porqué, pero perciben estos conflictos, casi como ingobernables, pagando el precio de la insatisfacción, no atinado a sosegar sus fantasmas.
A mí, particularmente, lo que me ocurre, es que aprendí a convivir con mis fantasmas, a usarlos, a quererlos y mantenerlos activos.
Es la manera que encontré para que no me gobiernen, y el destino de todos ellos, sea marcado por quien quiero ser.
Sencillamente, conviven en mí, actúan, me enriquecen, me obligan a pensar las cosas desde los distintos personajes.
Libran batallas internas alrededor de cualquier idea, apoyándola y atacándola, en permanente debate.
No me molesta, es más, cuando alguna idea sale, ya está bastante argumentada, al menos para sostenerse ante mí.
Siento que es la diferencia entre ser un buen actor de nuestras vidas, o ser el guionista, productor y protagonista.
Tengo recuerdos extremadamente vívidos de mi infancia más tierna. Cuando me preguntaba ¿porqué?, encontré respuestas varias.
Una de ellas, por ejemplo, es la siguiente...
Desde que aprendemos a caminar, intentamos llegar al picaporte para abrir la puerta e intentamos sistemáticamente, hasta alcanzar la altura adecuada, tal vez a los cuatro años. Es muy, pero muy difícil, que pueda olvidar la sensación de ese pequeño-enorme triunfo y su aprendizaje.
Y esto es así, porque ese simple proceso, a los cuatro años, probablemente haya consumido más de la mitad de mi vida...
Cualquier cosa que realicemos con semejante intensidad, será indisoluble de lo que somos.
Esto, al crecer, y ante la sucesión de estímulos externos, que nos apresuran el aprendizaje, pero nos quitan vivencia, va formando la matriz de nuestro proceso de crecer.
Nos va convirtiendo lentamente, en tomadores de experiencias ajenas, que vamos haciendo nuestras, y dejamos de alguna manera de ser creadores.
Y no hablo de trabajo o arte, hablo de ser creadores de nuestras propias experiencias, que son en definitiva las que crean nuestra vida.
Tuve mucho que desaprender, para permitirme apenas remedar esos sentimientos de certeza absoluta que tenía cuando niño.
Me asombraba que se asombraran de lo que era.
Hoy, a la distancia, y viéndolo de afuera, me hace entender, que ahora mismo, no dejo de ser un pelotudo medianamente ilustrado, y me pregunto cuanto talento le afané a ese pibe para dilapidarlo en infinitas pruebas y errores para convertirme en lo que soy...
Cuando en realidad, ese chico siempre estuvo esperando que volviera, a preguntarle como era que se vivía.
A explicarme que la libertad, no está afuera de los barrotes.
A decirme que el amor y el odio duran tanto como el enojo de un niño.
A decirme que la vida sigue siendo tan efímera e intensa como cuando aún no sabía que era mortal.
A decirme que no tenía ningún pecado original y que lo original del pecado, es que siempre lo juzga otro.
A decirme que mis imaginarios juegos, eran tan o más reales que esta realidad que hoy me toca.
Tantas cosa me dijo, que es casi como si nada me hubiera dicho, pero cuando lo miré a los ojos, no pude volver a dejarlo y desde entonces anda conmigo para todos lados.
Siempre paciente, esperando que lo consulte para no cometer alguna boludez...
Dani.
El niño que dice...

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